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El primer Mañocao vió la luz el pasado jueves 2 de Mayo a cosa de las dos de la tarde, sin alevosía, y, obviamente sin nocturnidad. Fue fácil: un bote de una serie de 150 unidades previamente lleno y sellado, una etiqueta recién impresa, pegar la etiqueta alrededor del bote… ¡Y ahí estaba! El mañocao acababa de nacer. Tan majico y tan rollizo. Novecientos gramos de cacao en polvo para mezclar con leche o, como todos hemos hecho alguna vez, para comer una cucharada y que se llene la nariz de polvillo.
Antes de ser una realidad fue una idea. La típica idea que surge cuando se junta un grupo de amigos y se pone a hablar. Que si la crisis, la infancia, lo malos que somos en esta tierra para vender, lo complicado y triste que está todo. Y de repente surgió. Maño que cacao. ¡Mañocao!
Lo normal es que se hubiera quedado en una ocurrencia, una más, una de esas que nos hacen reír un rato y luego se olvidan. Pero no fue así. Pensamos que sería divertido hacer un bote, solo uno. Nos imaginamos cómo sería y como sabría, pensamos una etiqueta, la hicimos, y, como nos gustó mucho, se nos ocurrió que en vez de un solo bote podíamos hacer alguno más, y que, ya puestos, podían ser de verdad...
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Pues eso, que el mañocao nos ha salido maño, muy maño, alegre, cabezón, divertido, noble y directo.Es maño porque ha nacido en Zaragoza y porque se siente de aquí, pero en realidad es un poquito de todo el mundo, como casi todo. El cacao se trae de algún lugar de África, el azúcar de muchas partes, la empresa que hace los botes es de aquí aunque tiene fábricas en otras ciudades y da trabajo a mucha gente de muchos sitios. El diseño y la imprenta son también de aquí. Y la gente que le hemos dado vida somos y nos sentimos aragoneses, aunque con eso no queremos decir que nos creamos mejores que nadie.
Bueno, más cabezudos sí. Por eso el mañocao existe. Porque a veces hay que hacer las cosas sin más.
Y por los amigos, claro.